Enamorarse del Derecho


Muy difícil se me hace en este preciso momento hablar sobre estar enamorado e invitar a enamorarse del Derecho y más aun, de la Justicia. Dificultad que deviene de dos direcciones y situaciones, una más dura que la otra. Por una parte, observar como el Derecho, la Ley, la Justicia y la Constitución resultan día a día negadas, pisoteadas y ultrajadas por quienes están llamados crearlas, ejecutarlas y aplicarlas; por el otro, porque hoy se cumplen ya nueve años desde que partiese de este mundo una de las personas más apasionadas y enamoradas del Derecho, mi viejo, papá Hung, el Chino, Roberto Hung Arias, quien además de demostrar su amor por la profesión que fue su vida, alentó a muchos a enamorarse del Derecho, quien hasta sus últimos días, pese a las graves dolencias que le aquejaron, jamás renunció a su amor por la profesión, al foro judicial, al estudio constante y a su posición crítica, pero tratándose del personaje, quienes lo conocieron pueden dar fe de ello, especialmente en sus últimos años y de la manera en que pasó sus últimos meses, me obligan a ponerlo como ejemplo a seguir de cómo ha de enfrentarse a la adversidad, el nunca abandonó su amor por la vida, se fue enamorado de ella, y no distinto fue respecto al Derecho.

A la dificultad evidente de hablar de mi viejo ante su partida, que siento como si fuese ayer, se le une una adicional, la de procurar no exagerar su amor y pasión por lo que hacía, ya que pudiéramos incurrir sus familiares al referirnos sobre sus anécdotas, por obvias razones de subjetividad a exagerar su modo de ser, me disculpo pues de cualquier exageración, y sean quienes lo conocieron y compartieron con él, quienes internamente evalúen su disposición ante su familia, trabajo, amigos, deporte, estudio, lectura, en fin, su vida, que como todo humano incurrió en aciertos y desaciertos, debilidades y fortalezas, pero que como balance general puedo afirmar que fue ejemplarizante su trayectoria, que reitero, especialmente durante su enfermedad, sus últimos meses, en los que no obstante le puso energía y corazón a su tratamiento, jamás desatendió la lectura y el estudio, incluso hasta que tuvo las fuerzas, todas las tardes y fines de semana, con el mismo entusiasmo y regocijo de siempre se entregaba al deporte que fue su pasión desde muy joven.

Aún recuerdo el día en le informaron sobre la enfermedad que le aquejaba, solo guardó silencio por unos segundos, asimilando la situación, me imagino, bueno, lo sé, que buscándole las múltiples maneras de abordarla, sacó su agenda, preguntó cuál era el tratamiento, dijo que podía empezar en ese momento ya que no tenía otra actividad prevista ese día, y con lo que le indicó el médico procedió  a  asentar entre todos sus demás compromisos los días de tratamiento, a los que asistió puntualmente, con buena disposición, hasta con ánimo y alegría, como también lo hizo con todos sus demás compromisos. Para quienes no lo conocieron esto pudiera sonar exagerado, aquellos que lo conocieron saben que así fue él.

En su profesión, en el litigio y la contención, área en la que se mantuvo desde estudiante hasta literalmente horas antes de partir, jamás dejó de estudiar con cada vez mayor intensidad y profundidad los asuntos que asumiese, y que decir en caso de sentencias y resultas que le fueran adversas, no pasaban par de horas para someter al más riguroso examen las múltiples razones de aquellos resultados y nuevamente apartar en ese especial rincón de su escritorio, toda la bibliografía sobre el tema, sus antecedentes y referencias desde el derecho romano y derecho comparado hasta las más recientes decisiones sobre la materia, tomando las correspondientes notas y haciendo sus observaciones, las cuales todavía he venido consiguiendo cada vez que tomo un libro para analizar un asunto de interés, como si de alguna manera estuviese todavía pendiente del ejercicio y de las causas que diariamente se atienden, que siento que así es. Amor por el derecho, el verdadero derecho, que supo transmitir, no solo a mí, sino a todos los que con él compartieron, alumnos, compañeros de casos, funcionarios judiciales, incluso aquellos que no eran profesionales de derecho, claro está que no siempre de una manera apacible, ya que lo que digamos de él tampoco puede ocultar sus explosiones, arranques y fuerte carácter, porque tampoco es que era completamente apacible y todos los amaron, con más de uno cerró todo trato y a comunicación. Como me he topado con sus notas, también me he topado con quienes abiertamente me han comentado sus desavenencias con él, pero siempre de manera respetuosa, como la que se deben los legítimos contrincantes.

Me pregunto en este momento, ¿Cómo no ser un enamorado del Derecho?, ¿Cómo no luchar por lo que es justo?, más ahora que es lo que nos demanda nuestro tiempo, nuestra realidad.

Abordemos ahora la otra dificultad.

¿Cómo inculcar el amor al derecho y a la justicia cuando lo que se entiende por ley, no son más que órdenes y mandatos provenientes de un poder total y absoluto como eran los casos de los regímenes totalitarios de la Europa continental antes de la Revolución Francesa?, ¿Cómo predicar el enamorarse de la Constitución, cuando se le tiene como instrumento de arbitrariedad de los regímenes absolutistas y es rechazada como instrumento de protección contra el ejercicio abusivo del poder?, ¿Cómo recomendar ocurrir ante el poder judicial si lo que se entiende como proceso y sentencia no son otra cosa que viles armas al servicio de oscuros intereses?. Pues aunque no lo parezca, no es muy compleja ni difícil la respuesta, por el contrario es muy sencilla…… y es estudiando el Derecho, enseñando el Derecho, que si puede resultar algo más difícil, ejerciendo el Derecho, amando el Derecho. No dándonos por vencidos, no abandonando no renunciando jamás, porque el Derecho, el verdadero Derecho, tiene su esencia y su justificación es en estos momentos cuando se le pone a prueba, cuando se le ataca y se le pretende exterminar. Así como la Fe, que es necesaria cuando se le pone a prueba y en los momentos apremiantes, que es cuando menos debe abandonarse, pues no muy distintos nos encontramos.

Claro está que no son momentos fáciles los que tenemos frente a nosotros, pero para los momentos difíciles es que están llamados a responder los mejores preparados. Como el policía, el verdadero policía; como el bombero, el verdadero bombero; como el médico, el verdadero médico; como el ingeniero, el verdadero ingeniero, como el soldado, el verdadero soldado, y así en cada particular situación y en sus respectivos trabajos el electricista, el conductor, el carpintero, el zapatero, el albañil, a todo quien le gusta asumir el reto de superar las vicisitudes que se presenten en sus correspondientes ámbitos, que cuando se les presenta la situación extrema para la que ha estado preparándose, no huye de ella sino que contrariamente con arrojo y entereza la enfrenta, la domina y se sobrepone. No abandona, no cae en deshonor, en simpleza, en vicios y vilezas. Pues así es en el Derecho, ahora más que nunca hay que buscarlo, procurarlo y aplicarlo, y para ello, estudiarlo, enamorarse de él para no caer en la provocación de abandonarlo.

Así como en una sociedad determinada su población puede ser víctima de una desconocida enfermedad, debe estudiarse cada vez más la medicina, o si esa sociedad está asentada en una zona sísmica, deben estudiarse nuevas y mejores técnicas de construcción para que la obras de infraestructura puedan soportar los embates de los movimientos telúricos; no muy distinto ocurre con el Derecho, el verdadero Derecho, con la justicia, la verdadera, justicia, con la Constitución, la verdadera Constitución, debiendo entonces estudiar más para ser abogados, verdaderos abogados, jueces, juristas, que entendamos el significado del Derecho real, vigente, efectivo, justo, democrático, esa es nuestra tarea, en este, nuestro tiempo.

Casi todas las semanas, casi todos los días conversamos con alguien que se ha ido de país o quien piensa hacerlo, no entraremos aquí a desarrollar este asuntos que bien merece bastante atención, lo haremos en ulteriores trabajos, baste con afirmar que lo grave no es irse del país, lo peligroso es el abandonar al país y ello no es solo un aspectos de permanencia física, mucho nos constan caso de personas que no se encuentran de manera permanente y físicamente al país pero no lo han abandonado, siguen trabajando, estudiando, preparándose para dar lo mejor de sí, mientras que por otra parte hay otros que sin salir del país y permanecen en él, lo han abandonado por completo, dañan sus instituciones, no cumplen con sus labores de mantenimiento institucional, envilecen la majestad de las labores que deberían ejecutar, son esos los que sí han abandonado al país.

Recurrentes son las expresiones de quienes quieren salir del país que manifiestan su desencanto y frustración respecto al ordenamiento jurídico y funcionamiento de las instituciones, muchos no tienen empacho en preguntarnos abiertamente cómo podemos los abogados sobrevivir en este sistema, con estas recientes leyes, lo que es un poco complicado es explicarle que eso de los que se quejan, eso no es derecho, esas no son leyes, aquellas no son sentencias.

Todas las semanas en el foro veo compañeros abogados que manifiestan su intención de abandonar, de retirarse del derecho, pero a la vez también veo muchos jóvenes estudiantes de pregrado de la carrera, bachilleres recién graduados que quieren estudiar esta noble pero compleja profesión, muchos incluso enfrentados a sus padres que desean que no lo hagan por considerar que no existe futuro en esta área. A mis compañeros abogados, a los estudiantes de derecho, a los próximos bachilleres apasionados que sienten atracción por la carrera, todos ellos que cuando uno intercambia ideas sobre el futuro al que apuntamos y que merecemos se sabe que no todo está perdido, aquí mi recomendación, no abandonar, no desistir, por el contrario, debe estudiarse más, es menester prepararse más, recuperar el Estado de Derecho, liberar a las instituciones de sus captores, apuntar hacia la seguridad jurídica, a las instituciones democráticas y a la verdadera Constitución, abrazar el Derecho, enamorarse del Derecho; nuestra recompensa será grande, ya verán.

Quiero culminar con la transcripción del Decálogo de Abogado, redactado por el gran jurista Uruguayo Eduardo J. Couture, y adivinen qué, si, en la oficina de papá ocupaba un especial lugar, enmarcado y desde muchos años fijado en una de las paredes, que así como sus notas que regularmente voy consiguiendo entre sus libros y códigos, bien supo poner a la vista de los miembros de la oficina y visitantes, mandamientos cuya lectura e internalización insto a los abogados con ganas de abandonar, a los estudiantes, así como también a quienes no son abogados, ya que dichos mandatos en situaciones como la que actualmente atravesamos, trascienden el plano de lo jurídico y resultan más vigentes que nunca.

Decálogo del abogado
1.- Estudia: El derecho se transforma constantemente. Si no sigues sus pasos, serás cada día un poco menos abogado.
2.- Piensa: El derecho se aprende estudiando, pero se ejerce pensando.
3.- Trabaja: La abogacía es una ardua fatiga puesta al servicio de las causas justas.
4.- Lucha: Tu deber es luchar por el derecho; pero el día en que encuentres en conflicto el derecho con la justicia, lucha por la justicia.
5.- Se leal: Leal con tu cliente, al que no debes abandonar hasta que comprendas que es indigno de ti. Leal para con el adversario, aun cuando él sea desleal contigo. Leal para con el juez, que ignora los hechos y debe confiar en lo que tú dices; y que, en cuanto al derecho, alguna que otra vez debe confiar en el que tú le invocas.
6.- Tolera: Tolera la verdad ajena en la misma medida en que quieres que sea tolerada la tuya.
7.- Ten paciencia: En el derecho, el tiempo se venga de las cosas que se hacen sin su colaboración.
8.- Ten fe: Ten fe en el derecho, como el mejor instrumento para la convivencia humana; en la justicia, como destino normal del derecho; en la paz, como sustitutivo bondadoso de la justicia. Y sobre todo, ten fe en la libertad, sin la cual no hay derecho, ni justicia ni paz.
9.- Olvida: La abogacía es una lucha de pasiones. Si en cada batalla fueras cargando tu alma de rencor, llegará un día en que la vida será imposible para ti. Concluido el combate, olvida tan pronto tu victoria como tu derrota.
10.- Ama tu profesión: Trata de considerar la abogacía de tal manera, que el día en que tu hijo te pida consejo sobre su destino, consideres un honor para ti, proponerle que se haga abogado.

Nuevamente, 

Gracias papá,

RHC


Comentarios

  1. Roberto
    Tus reflexiones me hicieron pensar un rato sobre mis relaciones con EL CHINO, lo cual te agradezco. Recordar a Roberto ya sea como familiar, o consultor en diversas materias del derecho,o como padre como tu lo has echo me hace sentirme orgulloso de mi sobrino quien esta siguiendo el mismo camino que le inculco su padre. Bruno

    ResponderBorrar
  2. ROBERTO
    Tuve la suerte de conocer a tu padre, con el que trabaje algunos casos y último fue el de Wong en su enfermedad ya avanzada, pero siempre ahí al frente de sus asuntos, comparto tu exposición y no creo que exageras, así era el chino, un guerrero del derecho. Saludos.

    ResponderBorrar
  3. Estoy culminando la carrera, y al ver el abismo entre lo que está escrito en las leyes y lo que ocurre en la realidad, la incertidumbre me invade, pero creo que definitivamente la utopia de la justicia, bien merece la lucha. Agradecida por su mensaje.

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

Una pequeña reflexión para comprender el asunto sobre el Esequibo y su reclamación.

Las artes amatorias. Los abrazos y los besos como su más genuina expresión. (*)

Último adiós a un hombre bueno, a un verdadero y noble caballero.